¿Cuándo entenderse o saberse valioso se convirtió en un problema?
Si alguien te pregunta cuales son tus defectos
o virtudes ¿Qué te resulta más complejo responder?
Ojalá tu respuesta no se acerque a la mía. En
un mundo ideal, quisiera que todo el mundo pudiera reconocerse en ambas cosas
sin necesidad de sentir que se les traba la lengua.
Entendí que algo no iba bien cuando era capaz
de enumerar mis defectos como quien canta la canción que más le gusta. Sin
embargo, con las virtudes, siempre existía una imposibilidad.
Creía que hablar de las cosas que podía hacer
bien iba en contra de mi humildad y ponía en peligro mis altos niveles de
introspección. No se correspondía con mi personalidad y me incomodaba cada vez
que alguien me elogiaba o trataba de resaltar ciertos aspectos peculiares (pero
especiales) que veían en mí.
No soy psicóloga o entendida en materias que
puedan explicar estos sesgos mentales. Crecí en un seno familiar que siempre
apostó por mi y me dejó en plena libertad para decidir en casi todos los
aspectos de la vida, tanto personal, estudiantil y luego laboral. Entonces cada
vez que pensaba en el porqué de mi incapacidad para mostrar el conocimiento o
lo que podía lograr, no hallaba una contestación lógica.
Es cierto que toda limitante tiene su origen en
un trauma que reconocido o no, potencia este tipo de conductas y aunque he
intentado darle la vuelta jamás he podido toparme con él.
Al no disponer de las herramientas financieras
para acudir a un profesional, el único recurso que me ha quedado es buscar
información, visualizar charlas de expertos, leer bibliografía educativa sobre
el tema y tratar de poner en práctica, al menos, una ínfima parte de lo que
aprendí.
No es sencillo, pero llega un punto en tu vida,
donde te cansas de ser así.
¿Cuándo entenderse o saberse valioso se
convirtió en un problema?
Aquel que no modifica o sale de su zona de
(in)confort (mal dicho así y todo) es porque aun la vida o las dudas no le han
impulsado lo suficiente.
Hasta mis 28 años no pensaba, no cuestionaba y
sinceramente creía que todo estaba bien.
Algunos le llaman la crisis de los 30, yo
prefiero llamarle: el despertar.
Un amanecer poco común e incómodo pero
necesario para pensar y tener la disposición de querer modificar la forma en la
que nos vemos y tratamos y, por ende, su consecuencia directa: el exterior.
Al final, lo que nos limita, nos oculta.
By: Jessica C. Barrios
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