Sentir que, a cada intento, hay un pasito más cerca, aunque nunca camine.
No sé si esto
es la felicidad, si puedo llamarlo suerte o rareza. Ese sentir con tanta
profundidad las cosas. El ir por la calle y que mi atención sea captada por
detalles tan pequeños: una flor en el suelo, una urraca detenida, las hojas de
los árboles cayendo, la música que se reproduce en mis oídos.
Admito que me
da vergüenza hablar de ello con mis amigos. Y es que sinceramente tengo la “idea”
de que me tomarán más en serio si sueno realista, menos intensa.
Son
pensamientos absurdos que recorren mi cabeza y solo tienen que ver conmigo y
mis limitaciones. Contradictoriamente no me ha hecho abandonar lo que soy y
como siento respecto a la vida, pero si ha cercenado mi capacidad de crear y
contar los momentos que percibo.
Soy consciente
de todo lo que he dejado pasar con tal de no sentirme ridícula. No vivo en reproche,
pero si pienso bastante en todas las oportunidades que se fueron quedando, por
hacerle más caso a mi sensatez que a esa pequeña pero potente vena saltarina.
Ojalá fuera tan
fácil salir de estos moldes autoimpuestos, pero el camino está lleno de curvas.
No es una
reflexión para desmotivar. Cada día entiendo mejor lo que soy y lo que quiero.
Hablo desde una perspectiva sumamente humana, que pretende asumir que
trabajando en nuestra inteligencia emocional podemos lograr algo, pero no el
mundo entero y que pensar en la rapidez o efectividad de los acontecimientos
solo nos genera ansiedad, o nos frena.
Prefiero respirar
bastante. Sentir que, a cada intento, hay un pasito más cerca, aunque nunca
camine.
Hace un tiempo
alguien me leyó el poema Ítaca del poeta griego Constantino Cavafis, una joya
repleta de metáforas (y concluyo) que decía:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca,
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción
que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas mañanas de verano
en que llegues- ¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano,
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a prender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya, que significan las Ítacas.
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